Se estremecían mis manos, temblaban cuando él acercaba las suyas.
Me sentía inmortal, quizá que podría cambiar el mundo con un par
de palabras ocurrentes en aquel mismo segundo, o más bien que me
quedaban un par de segundos en los que mi corazón haría su último
soplido, su último latido y después mi cuerpo se derrumbaría y
no podría continuar en vida.
Agarró mis manos como si inspirar el oxígeno que nos rodeaba
dependiera de ello, fuerte, muy fuerte, quizá más fuerte de lo que
os podríais imaginar. Y me hipnotizó su auténtica fragancia.
Me miró a los ojos, parecía que quería descubrir mi alma a
su antojo más profundo, sus ojos. Nunca antes observé unos
ojos tan bonitos, o quizá era el misterio que había tras ellos,
o quizá el cariño me hacía verlos así.
De repente, se acercó a mi oído y mi cabello acarició su cara
como si se tratase de un muñeco de porcelana, por el viento.
Susurró un "te quiero"de fábula, más suave, frío, caluroso,
más firme y más angustiado, más feliz y más increíble que los
de la mejor película romántica de la historia. A continuación,
-tu pelo-, al principio no sabía que reacción querría que tuviese,
¿tu pelo? ¿a qué se referiría con eso? quizá se le engancharía en
alguna zona de su cuerpo, quizá le molestaba, o quizá... -que bien
huele, perfecto-, con eso lo aclaró todo. Aproximó sus labios
a los míos, podía notar su respiración en mi piel, cada vez se
acercaba más, y más, y más... Cerré los ojos, creí que estaba
en un sueño y que de alguna forma tendría que despertar. Pero no.
Me besó. Le besé. Nos besamos.

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