No me gusta que la gente me abrace, porque siento que soy como un gran saco de cristales rotos y que al abrazarme todos esos cristales se rompen más y además hieren al otro. No me gusta que la gente pregunte por mi, que se preocupe por mi. No estoy acostumbrada a eso. No me gusta hablar, mantener una conversación con una persona. Me gusta mantenerme callada y observar las cosas. Imaginarme las vidas de las otras personas. A veces, cuándo me preguntas que qué me pasa quizás solo estoy mirando a un vacío inexistente, sumergida en mis pensamientos más profundos, aquellos imposibles de descifrar. O quizás estoy rompiéndome, pero, de todas formas, no te lo diría. Tampoco me gusta que la gente dependa de mi. Que me necesiten para tomar decisiones. Sencillamente, no me gusta que me necesiten. Porque si en algún momento yo no pudiera estar ahí, que es lo más posible, no tendrían a nadie. Y odiaría que les ocurriese eso. Que se llegasen a sentir tan solos como yo me siento. Cuándo era pequeña me encerraba al aseo a llorar, y de la misma manera me encerré en mi misma. Eché la llave a la única puerta que había y tiré la llave al vacío. Así que nadie ha entrado nunca a mi mundo, a este sitio, a mi vida, nadie se ha cercado a mi tanto como ha creído. Por mucho que crean que lo han hecho, nunca lo harán. A no ser que derrumben la puerta, y estoy segura de que al final me opondría. Porque tengo miedo de ser herida. Si aquí dentro puedo escuchar los gritos de las otras personas y sufrir por ellos, imagínate si dejara la puerta abierta y los viera mientras gritan. Así que nadie me ha visto en realidad, nadie sabe como es mi aspecto sin ninguna máscara. Nadie sabe cómo soy realmente. Y no sé si eso es bueno o malo.
Él se enamoró de sus flores y no de sus raíces, y en otoño no supo qué hacer
sábado, 28 de marzo de 2015
Un poco de mí.
No me gusta que la gente me abrace, porque siento que soy como un gran saco de cristales rotos y que al abrazarme todos esos cristales se rompen más y además hieren al otro. No me gusta que la gente pregunte por mi, que se preocupe por mi. No estoy acostumbrada a eso. No me gusta hablar, mantener una conversación con una persona. Me gusta mantenerme callada y observar las cosas. Imaginarme las vidas de las otras personas. A veces, cuándo me preguntas que qué me pasa quizás solo estoy mirando a un vacío inexistente, sumergida en mis pensamientos más profundos, aquellos imposibles de descifrar. O quizás estoy rompiéndome, pero, de todas formas, no te lo diría. Tampoco me gusta que la gente dependa de mi. Que me necesiten para tomar decisiones. Sencillamente, no me gusta que me necesiten. Porque si en algún momento yo no pudiera estar ahí, que es lo más posible, no tendrían a nadie. Y odiaría que les ocurriese eso. Que se llegasen a sentir tan solos como yo me siento. Cuándo era pequeña me encerraba al aseo a llorar, y de la misma manera me encerré en mi misma. Eché la llave a la única puerta que había y tiré la llave al vacío. Así que nadie ha entrado nunca a mi mundo, a este sitio, a mi vida, nadie se ha cercado a mi tanto como ha creído. Por mucho que crean que lo han hecho, nunca lo harán. A no ser que derrumben la puerta, y estoy segura de que al final me opondría. Porque tengo miedo de ser herida. Si aquí dentro puedo escuchar los gritos de las otras personas y sufrir por ellos, imagínate si dejara la puerta abierta y los viera mientras gritan. Así que nadie me ha visto en realidad, nadie sabe como es mi aspecto sin ninguna máscara. Nadie sabe cómo soy realmente. Y no sé si eso es bueno o malo.
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